Kandinsky intentará acercarse a la obra pictórica utilizando una teoría eidética (de imágenes mentales) y sinestésica (de asociación de estímulos). La composición del cuadro se realiza como una sinfonía musical: el objetivo es de lograr arrancar un gran grito de “sí” a la vida (Nietzsche). La propuesta reconoce la imposibilidad de soportar los conflictos ligados a la voluntad humana y reconoce sus contradicciones, utilizando un “código” estricto que hace olvidar el conflicto subyacente y construye la sintaxis del cuadro. La obra asemeja un laberinto sin principio ni fin, un tartamudeo infantil donde las formas aparecen desordenadas e aisladas; el cuadro es un tratado sobre las tensiones y la harmonización en pintura. Es una teoría “sinfónica” donde la idea es de llegar a una pintura trascendental a la Wittgenstein, utilizando el cuadro como una escalera para salir del cuadro y llegar a la armonía.
A pesar de que Kandinsky logró construir un código delimitado y formal de las tensiones que dirigen el arte (círculo rojo para simbolizar la sociedad, etc.), lo que se produce es exactamente lo contrario a lo deseado: el espectador permanece concentrado sobre el aspecto formal del cuadro –el código- gozando de la experiencia estética en el código mismo y no en el cuadro, el cual exige siempre un comentario, una explicación, una traducción.
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